Hoy me he puesto a pensar sobre el trato que la sociedad le da a las personas que son diagnosticadas de un trastorno mental. Siempre me ha parecido en general injusto el trato que reciben. Hay mucha gente que lucha por muy variadas causas, pero no sé por qué siempre me ha dado la sensación de que la lucha por desestigmatizar la enfermedad mental aún no se ha ganado. La gente, en muchos casos, sigue ocultando que va al psicólogo, o haciendo como que no tiene ningún problema, por las cuentas que le trae socialmente hablando.
Me he dado cuenta de que el principal problema que tienen estas personas es que una gran parte de la sociedad tiene aún la concepción de que quien ha recibido un diagnóstico, está loco, y otra gran parte considera que todo lo psicológico es una mentira que se ha inventado la propia persona para excusarse, pero que es totalmente exigible que se comporte de manera normal y apropiada y que cumpla con todas las expectativas sociales.
Vamos a referirnos para empezar, al primer sector de gente, los que consideran que las personas con trastorno mental están locas. Y cuando hablamos de "locos", a la mente nos viene a la cabeza características tales como impredecible, peligroso, que no es de fiar... Es un poco la imagen del cine. En las películas los psicópatas asesinos en serie siempre nos los han mostrado como personas desquiciadas. Y al final acabamos creyendo que el que alguien tenga un diagnóstico nos tiene que poner en alerta máxima.
Lo más gracioso de eso es que la mayor parte de personas con trastorno mental no son para nada peligrosas. Son personas como tú y como yo que en un momento dado de la vida pasan por dificultades que les hacen no encontrarse de forma óptima para actuar como se esperaría. Porque una persona no nace "loca". Todos tenemos una cierta predisposición a desarrollar distintos problemas, eso es verdad. Pero ninguno se desarrolla si el ambiente no lo dispara.
Así que nos encontramos con personas absolutamente comunes, que al enfrentarse con determinadas situaciones se sienten superadas por ellas. Es fácil en esta vida el sentirse así alguna vez. Aunque es una creencia personal mía (y no algo que haya estudiado), he de decir que pienso que a este mundo hemos venido para aprender y evolucionar. Y la vida, más tarde o más temprano, nos pone a cada uno de nosotros entre las cuerdas. Para nuestro propio aprendizaje es preciso que se desarrollen en nuestra vida situaciones que nos pongan al límite, porque justo es ese límite y otros más los que vinimos a superar. Ahí, cuando creemos que no lo vamos a conseguir, sacamos afuera capacidades que ni nos esperábamos que teníamos, y logramos mostrar atisbos de nuestro enorme potencial y de lo valiosos que somos.
Pasa que estas situaciones, como digo, es justo las que nos cuestan. Y es por eso que puede que necesitemos algo de ayuda. Y por eso las personas van al psicólogo. No son locos, ni fracasados, ni personas rechazables en ningún sentido. Son personas adultas, que identifican la situación que tienen delante como difícil para ellas, y tienen la humildad de reconocerlo y la valentía de pedir ayuda (y digo valentía por todo el estigma social al que se tiene que enfrentar, porque nadie tendría que verse obligado a reunir valor para pedir ayuda, dado que el ser humano es un ser vivo social que ha llegado a donde está gracias a su desarrollo en grupos).
Asimismo, los diagnósticos que los psicólogos ponen son meramente operativos, para elegir tratamientos que se han comprobado como eficaces. ¿Qué quiere decir esto? Que el que una persona puntualmente pase por una depresión, o en algún periodo de su vida tenga ansiedad u otros problemas, no significa que ya vaya a tener ese trastorno de por vida. Emocionalmente está reaccionando a una determinada situación, que como todas, pasará. Por tanto, ¿Qué sentido tiene que hagamos de las etiquetas diagnósticas nuestra tarjeta identificativa? ¿Qué sentido tiene que a muchas personas se las trate diferente porque durante un momento de su vida estuviera en tratamiento psicológico? No seamos hipócritas. Se sabe que 1 de cada 4 personas padecerá una enfermedad mental a lo largo de su vida. Puede que la pases tú mismo, pero lo que es seguro es que de entre tus amigos y conocidos habrán varios que la padecerán. ¿Les vas a añadir a su sufrimiento encima la discriminación y la crítica?
Y ahora voy a hablar del otro sector de la población, el de aquellas personas que piensan que lo psicológico es todo mentira. Imaginemos que tuvieras un accidente y te rompieras una pierna. Entonces fueras al médico, te la entablillaran y te dijeran que en "x" semanas no puedes andar. Tú te hicieras buenamente a la idea de ello, lo asumieras y volvieras a casa. Entonces llegara "x" amigo o "x" persona y te dijera: "¿qué haces todo el día sentado en el sofá? ¡Tienes que salir a correr! Que estás echando barriga". Probablemente en estos casos no dudarías. Mandarías a esa persona a paseo, y seguirías la recomendación médica. Porque es evidente que estás mal, ha salido en la radiografía, y no dudamos de aquello que es físico.
Pero, ¿qué pasa con los trastornos mentales? Que ya no es tan evidente. No hay una radiografía a mostrar. No hay algo tangible que señalar. Y las personas que están pasando por algo así, están en una situación bastante vulnerable. Lo suficiente para que (yéndonos al ejemplo anterior), acabaran sintiéndose muy mal y haciendo sobreesfuerzo para "correr", porque no quiere obtener rechazo de las personas que le rodean. ¿No es una gran barbaridad?
Pues eso es lo que hacemos cada vez que exigimos a la persona que lo está pasando mal el que cumpla con nuestras expectativas, el que se comporte con normalidad y haga todo lo que tenemos en la cabeza. En esa situación puntual esta persona está limitada. No lucha en la misma posición que alguien a quien no le pasa nada. Hacer lo mismo que a ti te cuesta poco, a ellos les puede llegar a costar muchísimo. ¿Acaso has estado en su propia piel como para saber que no está haciendo ya todo lo que puede?
Es cierto que tampoco consiste en dejar que se hundan, y no estimularles de ninguna manera el que puedan retomar las riendas de su vida. Pero nunca ha de venir de una exigencia, porque si ya de por sí tenemos cuidado cuando alguien se ha roto una pierna, en este caso, que no hay radiografía y no podemos medir los daños, aún debemos llevar más cautela con los consejos y recomendaciones que damos.
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